Los esmaltes cerámicos son una mezcla de polvo mineral calentado hasta la fusión. Para crear un esmalte habría que recoger unas rocas y triturarlas hasta lo impalpable, como el talco que encontramos en bote. Normalmente el trabajo en las canteras de extracción y de molida nos da esta fase de nuestra labor ya terminada; y después basta con dirigirse a las distribuidoras de productos cerámicos para que nos sirvan estas materias primas bien pesadas, limpias y empaquetadas. Parece claro que, si quisiéramos hacerlo nosotros mismos, alfareros, resultaría demasiado dificultoso. Los chinos se dieron cuenta hace más de 1000 años de que este trabajo pueden hacerlo por nosotros las plantas. Ellas recogen de la tierra los minerales que necesitan para constituirse, crecer y hacer circular la savia. Así cada especie crea su propia composición mineral y por lo tanto sus esmaltes específicos. En China estos esmaltes acompañando formas simples y elegantes alcanzaron su perfección durante la dinastía Song. El hecho de que de lo más bajo, de lo que queda después del final, de lo sin vida por definición, nazca una materia bella, colorida e inalterable ha dado lugar tanto en su Oriente natal a bellas creaciones poéticas , como en la actualidad en nuestro contexto a sugerentes interpretaciones espirituales y religiosas: del caos del Principio a la Creación divina, del polvo del suelo a la forma torneada; de la humilde materia a la gloriosa resurrección, de la pobre arcilla al brillante y colorido vidrio …
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